La guerra de Israel y el ataque de Hamás avivan el retroceso

December 7, 2023

by Franklin Dmitryev

(Translation:  Trasversales N. 65, Dec. 2023, from English)

“Ahora mismo, un objetivo: ¡Nakba! Una Nakba que eclipsará la Nakba de 1948”, tuiteó Ariel Kallner, miembro del Likud en el Knesset o parlamento israelí. Lo hizo el 7 de octubre en respuesta a la odiosa masacre de Hamas. “Nakba” es la palabra árabe que significa catástrofe, con la que se ha denominado la expulsión violenta de 700.000 palestinos en 1948, durante la fundación de Israel. Altos funcionarios israelíes han utilizado, uno tras otro, otras variantes de un lenguaje genocida para explicar sus ensoñaciones respecto a la actual guerra contra la población de la ocupada Franja de Gaza[1].

La guerra de Israel contra Gaza y los ataques de Hamás que la desencadenaron están llevando al mundo en una dirección reaccionaria y poniendo de relieve la inhumanidad de los poderes dominantes, así como el retroceso de gran parte de la izquierda. El continuo descenso hacia la brutalidad en todo el mundo exige una solución revolucionaria y, por tanto, una perspectiva verdaderamente revolucionaria.

Antes del 7 de octubre, Gaza ya sufría un castigo colectivo. El bloqueo de Israel desde 2007, con la cooperación de Egipto, la convirtió en “la prisión al aire libre más grande del mundo”. Muchas viviendas nunca han sido reconstruidas después de múltiples oleadas de bombardeos israelíes, y miles de personas quedaron permanentemente discapacitadas por esos ataques y por los disparos hechos contra manifestantes. Los servicios sanitarios estaban hechos jirones. Se estima que el 70% de la población dependía de la ayuda, que fue cortada cuando Israel declaró un “asedio total” en octubre.

Los crímenes de Hamás para provocar la guerra

Escena de la guerra entre Israel y Hamás. Foto: Trong Khiem Nguyen, PDM 1.0 DEED.

El 7 de octubre Hamás, que gobierna Gaza con un sistema de partido único y reprime las protestas internas, desató una nueva y terrible ronda de guerra y reacción. Al llevar a cabo masacres en Israel contra un festival de música, contra pueblos y contra kibutzim, Hamás atacó indiscriminadamente y principalmente a civiles, desde bebés hasta ancianos, y mató principalmente a judíos, pero también a palestinos, a trabajadores tailandeses y de otras nacionalidades. Sus combatientes llevaban cámaras corporales que documentaban sus propias atrocidades, como golpear, torturar y violar a las víctimas, incluidos niños, antes de matarlas. Un hombre dijo a los interrogadores que su comandante había dicho que cuando se tratase de mujeres y niños “hiciesen lo que quisieran”.

Más de 1200 personas murieron en el ataque llamado “inundación de Al-Aqsa”, y Hamás anunció que ellos y otros grupos tenían entre 200 y 250 rehenes, la mayoría también civiles. Los funcionarios israelíes compilaron un vídeo que documentaba las atrocidades de Hamás, con la esperanza de justificar sus propios crímenes de guerra contra civiles en Gaza, al tiempo que expresaban su indiferencia ante el destino de los rehenes.

Los líderes de Hamás hablaron sobre los objetivos del ataque del 7 de octubre. “Espero que el estado de guerra con Israel se vuelva permanente en todas las fronteras y que el mundo árabe nos apoye”, dijo Taher El-Nounou, asesor de medios de Hamás, al New York Times.

Su objetivo de socavar el acercamiento entre Israel y países árabes como Arabia Saudita (un esfuerzo basado en la ilusión de que la cuestión palestina podría quedar permanentemente marginada y los estados árabes podrían ignorar la solidaridad de sus poblaciones con los palestinos oprimidos) logró cierto éxito cuando las poblaciones de esos países reaccionaron con vehemencia ante el ataque de Israel a Gaza.

“El objetivo de Hamás no es gobernar Gaza y llevarle agua, electricidad y cosas así”, dijo Khalil al-Hayya, miembro del politburó de Hamás. “Hamas, el Qassam y la resistencia despertaron al mundo de su profundo sueño y demostraron que este tema debe permanecer sobre la mesa… No se buscaba mejorar la situación en Gaza. Esta batalla es para transtocar completamente la situación”.

En una entrevista en la televisión libanesa, se le preguntó a Ghazi Hamad, otro miembro del politburó, si el objetivo era “la completa aniquilación de Israel”. Él respondió: “Sí, por supuesto”. El objetivo era provocar una guerra, bajo la ilusión de que las naciones árabes se levantarían y las ayudarían a derrotar militarmente a Israel. “La inundación de Al-Aqsa es sólo la primera vez, y habrá una segunda, una tercera, una cuarta. ¿Tendremos que pagar un precio? Sí, y estamos dispuestos a pagarlo. Se nos llama nación de mártires y estamos orgullosos del sacrificio de los mártires”.

El anterior líder de Hamás, Khaled Mashal, dijo a Al-Arabiya: “Conocemos muy bien las consecuencias de nuestra operación del 7 de octubre”, esto es, las numerosas víctimas que tendría entre los civiles de Gaza, y que fue una “resistencia legítima” a la ocupación. “En todas las guerras hay algunas víctimas civiles. No somos responsables de ellas”. O, como dijo Hamad: “El 7 de octubre, el 10 de octubre, el octubre un millón, todo lo que hagamos estará justificado”. O, como decían las órdenes encontradas sobre un combatiente muerto en Beeri: “Matad a tanta gente y tomad tantos rehenes como sea posible”.

Inhumanidad por inhumanidad

Los horrores se multiplicaron cuando el Estado de Israel declaró la guerra y lanzó masivamente bombas de más de 90 kilos cada una sobre la Franja de Gaza, también matando principalmente a civiles, incluidos bebés y niños, a la vez que soldados y colonos israelíes intensificaban la violencia contra los palestinos en Cisjordania, como otro frente en su guerra.

Desde el 7 de octubre han llegado desde Gaza tantas noticias impactantes que los horrores empiezan a parecer normales. Los hospitales han sido bombardeados y la mayoría ya no puede funcionar. Las agencias de la ONU dijeron que la gente “está literalmente muriendo de hambre mientras hablamos” y que el agua potable se está acabando. Se han diezmado edificios de apartamentos, escuelas, panaderías y campos de refugiados. Casi la mitad de las viviendas han sido destruidas. Dos tercios de la población no tienen hogar.

Debido al asedio, la única central eléctrica de Gaza tuvo que cerrar y los hospitales se están quedando sin combustible para sus generadores de respaldo. Han sido atacadas ambulancias, un convoy de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja y los paneles de energía solar de hospitales. Incluso los hospitales que todavía funcionan no pueden ayudar ni siquiera al número normal de pacientes que antes podían atender, y muchos tipos de atención médica simplemente no están disponibles. Alrededor de 180 mujeres dan a luz cada día sin atención y las cesáreas se realizan sin anestesia. Los alimentos y los suministros médicos se están agotando y una catástrofe humanitaria está ocurriendo ante los ojos del mundo.

Hasta el 6 de noviembre, el ataque aéreo y terrestre israelí había matado a más de 10.000 personas en Gaza y herido a más de 25.000, según el Ministerio de Salud de Gaza. Esto incluye a más de 4100 niños: aproximadamente la mitad de la población de Gaza tiene menos de 18 años. Una funcionaria de alto rango del Departamento de Estado de Estados Unidos testificó ante el Congreso que el recuento real de muertes puede ser “aún mayor”, contradiciendo la insinuación del presidente Joe Biden de que las cifras podrían estar siendo exageradas. El número de víctimas aumentaba cada día, superando las 14.000 antes de que comenzara la tregua el 23 de noviembre.

Explosiones en el campo de refugiados de Jabalia

El campo de refugiados de Jabalia, el mayor de Gaza, ha sido bombardeado durante al menos nueve días distintos, a veces con pausas entre ellos, matando a cientos de personas. La población del campo registrada por la ONU, 116.011 personas, se había visto incrementada por personas que habían huido hasta allí en busca de refugio tras los ataques en otros lugares. Un testigo dijo a la CNN: “Los niños cargaban con otros niños heridos y corrían, mientras el aire estaba lleno de polvo gris. Cadáveres colgaban entre los escombros, muchos de ellos irreconocibles. Algunos sangraban y otros estaban quemados. Vi mujeres gritando y confundidas. No sabían si llorar por perder a sus hijos o correr a buscarlos, sobre todo porque en la zona había muchos niños jugando”.

Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) justificaron el obsceno recuento de cadáveres diciendo que sus objetivos eran dos líderes militares clave de Hamás y su base situada en túneles debajo del campo. No mencionaron que el campo era también uno de los centros de la resistencia a Hamás. En el pasado agosto hubo allí concentraciones masivas coreando el lema de la Primavera Árabe, “El pueblo quiere la caída del régimen”, y “Hamás déjanos en paz” o “Queremos vivir”. Denunciaron las difíciles condiciones de vida, incluida la escasez de electricidad, la inseguridad alimentaria y el desempleo y la pobreza, y culparon de ello al draconiano bloqueo de Israel así como a la mala gestión y la opresión de Hamás. Las fuerzas de Hamás reprimieron violentamente la protesta pacífica y agredieron a los periodistas para impedirles cubrirla.

Devastación de Gaza

La Franja de Gaza, epicentro de la guerra entre Israel y Hamás. Foto: PrachataiCC BY-NC-ND 2.0 DEED

El caos y la desintegración de la vida normal se multiplicaron por las órdenes de las Fuerzas de Defensa israelí (FDI) a la población para evacuar la mitad norte de la Franja de Gaza, que está muy densamente poblada, con 2,3 millones de personas en 363 kilómetros cuadrados (40 kilómetros de largo y como máximo 11 de ancho), un área un poco más pequeña que Omaha, Nebraska.

Muchos habitantes de Gaza eran demasiado viejos o estaban demasiado enfermos para viajar, y muchos otros se negaron a evacuar el norte, al ver que la mitad sur también estaba siendo atacada y que algunos civiles murieron tratando de dirigirse al sur por carreteras declaradas “seguras” por las FDI. Y muchos temían que si evacuaban nunca se les permitiría regresar. La mayoría de los habitantes de Gaza pertenecen a familias que fueron expulsadas de lo que hoy es Israel en 1948 y nunca han podido regresar.

Las enfermedades se están propagando ante la casi ausencia de agua potable, de atención sanitaria y de saneamiento, con un hambre rampante y más de un millón de personas hacinadas en instalaciones, hospitales y otros espacios de la ONU como refugios temporales.

Llamamientos al Genocidio

Lejos de ser consecuencias no deseadas, los funcionarios israelíes han anunciado que estas condiciones son su objetivo. “Crear una grave crisis humanitaria en Gaza es un medio necesario para lograr el objetivo”, escribió el mayor general retirado Giora Eiland, ex jefe del Consejo de Seguridad Nacional de Israel, en el diario Yedioth Ahronoth. En otro artículo, pidiendo la expulsión de “toda la población”, escribió que “Gaza se convertirá en un lugar donde ningún ser humano podrá existir”.

“El énfasis está puesto en el daño, no en la precisión”, tronó el portavoz de las FDI, Daniel Hagari. “Necesitamos una respuesta desproporcionada… Violar cualquier norma, en el camino hacia la victoria”, tuiteó el presentador de radio David Mizrahy Verthaim. Avichai Mandelblit, ex fiscal general de Israel y ex Jefe Militar Abogado General de las FDI, afirmó: “Hay que destruir Gaza”. Políticos estadounidenses como el senador Lindsey Graham se hicieron eco de esta afirmación, quien fanfarroneó “¡Arrasen ese sitio!”, en Fox News.

Estas declaraciones de intención genocida fueron acompañadas de un lenguaje oficial que deshumanizaba a los palestinos. El Ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, despotricó el 9 de octubre: “Estamos imponiendo un asedio completo a Gaza. Sin electricidad, sin comida, sin agua, sin combustible. Todo está cerrado. Estamos luchando contra los animales humanos y actuaremos en consecuencia”. El 10 de octubre, el mayor general Ghassan Alian, coordinador jefe de las actividades gubernamentales de las FDI en los territorios palestinos ocupados, dijo en árabe: “Los animales humanos deben ser tratados como tales. No habrá electricidad ni agua. Sólo habrá destrucción. Queríais el infierno y lo tendréis”.

El presidente israelí Isaac Herzog justificó el castigo colectivo a los palestinos, incluidos los niños, que constituyen la mitad de la población de Gaza: “La culpa es de toda una nación”. Esto se refleja en los folletos de las FDI lanzados en el norte de Gaza advirtiendo que los civiles que permanecen allí después de que las FDI ordenaron la evacuación pueden ser considerados “cómplices de una organización terrorista“.

Meirav Ben-Ari, de un partido centrista de oposición en la Knesset, interrumpió el discurso de un miembro palestino para despotricar irracionalmente: “¡Los niños de Gaza se han buscado esto!”. El propio Primer Ministro Benjamín Netanyahu citó un pasaje de la Biblia que pedía a los fieles “matar por igual a hombres y mujeres, niños y lactantes”. Este grito de guerra genocida también tuvo eco en una política estadounidense, la representante republicana del estado de Florida, Michelle Salzman, quien gritó: “¡Todos ellos!” en respuesta a la representante estatal demócrata Angie Nixon, quien preguntó: “Estamos en 10.000 palestinos muertos. ¿Cuántos serán suficientes?”

Protesta e indignación

Manifestación pro-Palestina en Edimburgo, Escocia, el 28 de octubre del presente. Foto: Pretzelles, CC BY-SA 4.0 DEED

Ante la avalancha de declaraciones de intenciones genocidas, combinadas con asesinatos, ataques contra infraestructuras civiles y castigos colectivos, cientos de miles de personas en muchos países han salido a las calles para exigir un alto el fuego y/o el fin de la ocupación, así como, en algunos casos, la liberación de los rehenes. Una demanda central es que Estados Unidos y otros países dejen de apoyar los ataques indiscriminados. Estados Unidos ya estaba enviando alrededor de 3800 millones de dólares en ayuda militar a Israel cada año, y el presidente Biden solicitó otros 14.000 millones de dólares al Congreso. Además de trasladar buques de guerra, aviones de guerra y tropas a la región, Estados Unidos inmediatamente comenzó a enviar más armas y equipos a Israel.

La indignación por el apoyo público acrítico de Biden al baño de sangre llevó incluso a que algunos de sus aliados alertasen. “Si no actúan con rapidez, su legado será la complicidad frente al genocidio”, escribieron en una carta abierta Biden Alumni for Peace and Justice, unos 500 ex participantes en la campaña presidencial de 2020 de Biden. Más cartas de protesta provinieron de un grupo de 400 funcionarios de la administración, 1000 empleados de USAID [Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional] y tres memorandos internos firmados por docenas de empleados del Departamento de Estado.

Un grupo de expertos de la ONU emitió una declaración el 19 de octubre expresando su indignación por la inacción internacional para detener “un riesgo de genocidio contra el pueblo palestino”. Otro funcionario de la ONU, Craig Mokhiber, director de la oficina de Nueva York del alto comisionado de la ONU para los derechos humanos, dimitió para protestar por la inacción contra un “caso de genocidio de libro de texto”.

El debate entre expertos sobre genocidio reside en si esta carnicería ya es genocidio, como opina Raz Segal, profesor asociado de estudios del Holocausto y genocidio en la Universidad de Stockton (“A Textbook Case of Genocide“, 13/10/2023, Jewish Currents), o si es un potencial genocidio que requiere acciones urgentes para prevenirlo, como escribió Omer Bartov, profesor de estudios del Holocausto y del genocidio en la Universidad de Brown, en The New York Times, citando también una petición de “cerca de 2500 académicos, miembros del clero y figuras públicas… denunciando los crímenes cometidos por Hamás y pidiendo al gobierno israelí que desista de perpetrar una violencia masiva y asesinatos contra civiles palestinos inocentes en Gaza”.

Lo que cada una de estas protestas señaló es la necesidad urgente de poner fin a la ocupación de Palestina como raíz de los “ciclos de violencia”.

Frente de guerra en Cisjordania

Mientras tanto, en la Cisjordania ocupada y en Jerusalén Este, los colonos israelíes intensificaron la apropiación de tierras y su violencia contra los palestinos después de que Netanyahu formara un gobierno de coalición con la extrema derecha, y la intensificaron aún más después del 7 de octubre. Actúan con total impunidad, no importa cuán ilegales sean sus acciones, con el apoyo y, a menudo, con la participación de las FDI. De hecho, actúan como extensión armada semiautónoma del Estado de Israel. Entre el 7 de octubre y el 19 de noviembre, al menos 208 palestinos fueron asesinados en Cisjordania, muchos de ellos a tiros por el ejército. Los colonos israelíes han estado quemando casas, automóviles y olivos, bloqueando aldeas y amenazando y atacando a los palestinos. Según la ONU, al menos 963 personas han sido obligadas a abandonar sus hogares debido a la violencia de los colonos y a las demoliciones israelíes en la Zona C de Cisjordania y Jerusalén Este. Al menos 17 comunidades han sido evacuadas por la fuerza en ese mismo período.

Netanyahu y sus fanáticos aliados no han ocultado su ambición de anexar toda Palestina, o “toda la tierra, incluida Gaza, incluido el Líbano”, como predicó el capitán Amichai Friedman ante las tropas que lo vitoreaban. De hecho, un grupo de expertos israelí vinculado a Netanyahu publicó el 17 de octubre sus planes para una limpieza étnica completa de Gaza.

Claramente, el contexto histórico y actual es la expulsión por Israel de 700.000 palestinos en el momento de su fundación y la ocupación de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este desde 1967 hasta ahora, así como su incesante desplazamiento, la vigilancia invasiva y la violencia cotidiana.

La izquierda que disculpa a Hamás

Esto de ninguna manera justifica la forma en que partes de la izquierda estadounidense y mundial celebraron los ataques asesinos y la toma de rehenes por parte de Hamás. El vacío en el pensamiento revolucionario los llevó a equiparar a la organización reaccionaria, teocrático-nacionalista, autoritaria y patriarcal Hamás con “la resistencia palestina” y, por lo tanto, a declarar “legítimas” sus atrocidades[2].

Sufrimos la profunda contaminación ideológica de la izquierda que pasó a primer plano durante el genocidio bosnio en los años noventa. Existe una división real en la izquierda entre quienes alzan a Hamás como la encarnación de la resistencia palestina y, por lo tanto, ven todas sus acciones como justificadas, y quienes rechazan su total desprecio por la vida humana. Y, sin embargo, como ocurre respecto a Siria y Ucrania, hay un gran sector “blando” que no respalda abiertamente a Hamás pero quiere conciliar con la parte campista de la izquierda que lo hace y mantener una unidad sin principios con ellos.

La crisis de la izquierda se sitúa dentro de la crisis global del capitalismo y del ascenso de la contrarrevolución. Los sectores mayores y más ruidosos de la izquierda han perdido confianza en la actividad propia de las masas para reorganizar la sociedad, lo que no está separado de su falta de confianza en el poder de la Idea, es decir, en una filosofía de la revolución. En su desesperación, se aferran a cualquier poder que parezca oponerse al imperialismo estadounidense, ya sea un orden “multipolar” basado en China y Rusia, Assad en Siria, Hamás o una unidad sin principios con la izquierda en general. Limitarse a considerar que los poderes estatales del mundo están divididos en campos es más fácil que esforzarse en distinguir a los dos mundos, el de gobernantes y el de gobernados, que chocan dentro de cada país; también es una desviación de una perspectiva revolucionaria. Su fundamento está en que se ponen a la cola de poderes estatales –reales o aspirantes–, en vez de sostenerse sobre la dialéctica de la revolución. Falta una bandera de la plena liberación humana.

Como decía “The Middle East Cauldron Explodes”, el editorial de News & Letters de octubre de 1970: “El terrorismo salvaje y estúpido… no sólo no destruye ‘el sistema’. Proporciona exactamente el combustible necesario para avivar el fuego de la represión… El ‘sistema’ permanece intacto. Más importante aún, los terroristas han mostrado tal desprecio por la vida humana que sus acciones no pueden servir como foco para un nuevo orden social…”.

Aquellos en la izquierda que niegan que Hamás haya atacado a civiles, o que los equiparan con la resistencia palestina, o que los declaran una “fuerza progresista” o que su inundación de Al-Aqsa es un “punto de inflexión global”, han eludido la cuestión crucial de para qué sirve Hamás. El grupo no ha ocultado su visión del futuro: un Estado islamista, autoritario y patriarcal que cubra el área desde el río Jordán hasta el mar. La derecha teocrática de Israel comparte la misma visión, excepto que ea cargo de un grupo dominante religioso diferente. Su concepto degradado de “liberación” no se extiende más allá del fin de la ocupación y no significa la liberación de las mujeres, los trabajadores, los judíos o los cristianos o los sin religión que constituyen una porción sustancial de la población palestina. Basta observar la represión y la valiente resistencia de las mujeres en Irán, el país que apoya, financia y arma a Hamás. La derecha religiosa en Israel no es mejor.

Resistencia vs. revolución

Palestinian solidarity march in Chicago

Manifestación de 2012 en Chicago recordando los asesinatos de 2009 durante un ataque en Gaza

En esta época en la que los vestigios de la democracia están siendo atacados, la guerra se está extendiendo, nuevas variantes del fascismo están creciendo en un país tras otro y la sociedad y sus cimientos materiales se están desmoronando bajo el impacto de la crisis climática y ecológica, el nihilismo infecta a la clase dominante, cuya fe en su propio futuro flaquea. Demasiado pensamiento de izquierda también está atrapado en los horizontes del capitalismo en decadencia. Por lo tanto, se adhiere a potencias de resistencia u oposición, no a la trascendencia revolucionaria. La resistencia puede conducir a la revolución, pero no cuando se limita a estos estrechos horizontes.

¿Cuál es la naturaleza de la resistencia de Hamás, que se presenta como la única forma de resistencia palestina? Sus orígenes se encuentran en la involución fundamentalista global (islámica, cristiana, judía, hindú) que surgió en la década de 1980, en parte impulsada por la contrarrevolución de Jomeini en Irán. Irán ha apoyado a Hamás durante la mayor parte de su existencia. Los movimientos islamistas se alimentaron de la impaciencia por la falta de éxito de los movimientos revolucionarios nacionalistas seculares. Hamás nació durante la primera intifada palestina, un levantamiento masivo que comenzó desde abajo en el campo de Jabalia en 1987 y se extendió por los territorios ocupados y dentro de Israel[3]. El Estado israelí ya había estado apoyando antes el establecimiento de lo que se convirtió en Hamás, como una alternativa islamista a los grupos revolucionarios seculares. David Hacham, que trabajaba en Gaza para las FDI en ese momento, dijo 20 años después: “Creo que cometimos un error”.

El dúo de la contrarrevolución

Netanyahu y algunos de sus principales aliados extremistas apoyaron repetidamente a Hamás y socavaron a la Autoridad Palestina para mantener las divisiones y sabotear cualquier posibilidad de un Estado palestino independiente, como se había previsto en los Acuerdos de Oslo de 1993 que siguieron a la primera intifada. Hamás y los extremistas de derecha de Israel bailaron un dúo mortal que vitalizó a la reacción en ambos ambos lados, desde que un extremista judío de derecha asesinó al Primer Ministro israelí Yitzhak Rabin, firmante de los Acuerdos de Oslo, en 1995. Su sucesor estaba muy por delante en las encuestas, hasta que una campaña de atentados suicidas con bombas por parte de Hamás empujó al electorado israelí hacia la derecha y allanó el camino para el primer período de Netanyahu como Primer Ministro.

En 2005, Israel retiró a los colonos y soldados del interior de Gaza, manteniendo el control desde el exterior. Hamás ganó las últimas elecciones en Gaza en 2006 y derrotó militarmente a sus rivales seculares al año siguiente. Desde entonces, Israel ha mantenido un duro bloqueo dificultando la vida de los habitantes de Gaza. Netanyahu, en particular, combinó ataques militares periódicos contra Gaza, calificando cruelmente el derramamiento de sangre como “cortar el césped”, para limitar el poder de Hamás y al mismo tiempo apuntalarlo. Su ilusión de que Hamás podría quedar contenido para siempre dentro de los límites que él había elegido se deriva de la gran ilusión de que la búsqueda de autodeterminación de un pueblo ocupado podría quedar enterrada para siempre.

De esta manera, la resistencia de Hamas se convirtió en una característica permanente de la ocupación israelí, soñando con aniquilar Israel y reemplazarlo con una “tierra árabe islámica” “desde el río Jordán en el este hasta el Mediterráneo en el oeste y desde Ras al-Naqurah [en el Líbano] en el norte hasta Umm al-Rashrash en el sur”. La ocupación, la resistencia y la ilusión quedaronn enclaustradas dentro de un abrazo permanente, violento y reaccionario. Ambos bandos reaccionarios están “orgullosos de sacrificar” mártir palestino tras mártir por su causa.

Revuelta palestina independiente

Ambos bandos reaccionarios también reprimen la revuelta palestina independiente y las voces, organizaciones o acciones espontáneas liberadoras independientes. En diciembre de 2010, cuando apenas comenzaba la Primavera Árabe, irrumpió en escena el Manifiesto de la Juventud por el Cambio de Gaza, anunciando: “Nosotros, los jóvenes de Gaza, estamos tan hartos de Israel, de Hamás, de la ocupación, de las violaciones de los derechos humanos… Queremos gritar y romper este muro de silencio, injusticia e indiferencia… Durante la guerra tuvimos el inconfundible sentimiento de que Israel quería borrarnos de la faz de la Tierra. Durante los últimos años, Hamás ha estado haciendo todo lo posible para controlar nuestros pensamientos, nuestro comportamiento y nuestras aspiraciones. Aquí en Gaza tenemos miedo de ser encarcelados, interrogados, golpeados, torturados, bombardeados, asesinados… ¡Digamos basta ya! ¡Este no es el futuro que queremos! Queremos ser libres. Queremos poder vivir una vida normal. Queremos paz. ¿Es mucho pedir?”

Cuando esos jóvenes organizaron una manifestación independiente pidiendo la unidad palestina, la policía golpeó a los participantes. En 2018, la Gran Marcha del Retorno se organizó como una protesta independiente, no violenta sino militante, y 30.000 habitantes de Gaza instalaron tiendas de campaña en la primera protesta, desde donde cientos de jóvenes marcharon hacia las barreras fronterizas de Israel. Hamás intentó cooptar las manifestaciones, que se repitieron desde marzo hasta octubre. Con la excusa de que un pequeño número de manifestantes arrojaron piedras o se acercaron a la frontera con armas, las FDI dispararon contra miles de personas, matando a más de 100.

También ha habido huelgas y protestas periódicas pidiendo mejores condiciones y oponiéndose tanto a Hamás como a Israel. En 2019, los manifestantes corearon “Queremos vivir”, denunciando los aumentos de precios y las terribles condiciones de vida causadas por el bloqueo de Israel y por las divisiones palestinas. Hamás respondió con una violenta represión. Más recientemente, en agosto de 2023, los manifestantes corearon: “el pueblo quiere la caída del régimen”.

Estas acciones independientes abren una ventana a los sujetos potenciales de la revolución que existen en Palestina e Israel, incluidos jóvenes, mujeres y clases trabajadoras. Es cierto que sus divisiones son un obstáculo importante. Hay una estratificación dentro de la fuerza laboral israelí, no sólo entre judíos asquenazíes versus sefardíes, mizrajíes y judíos africanos, y judíos ultraortodoxos versus seculares, sino otra más profunda entre los trabajadores judíos, los árabes israelíes que representan un 21% de la población, los trabajadores palestinos procedentes de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este (55.000 antes del 7 de octubre) y los trabajadores de otros países que representan alrededor del 6% de los empleados. Ni Hamás ni la Autoridad Palestina son verdaderos amigos de estas fuerzas. Si bien miles de docentes de Cisjordania realizaron una huelga contra la Autoridad Palestina en abril, el cambio de atmósfera después del 7 de octubre hace que las huelgas en cualquier parte de Palestina o Israel sean muy difíciles por ahora.

Además, los grupos pacifistas, de derechos humanos, feministas o de cooperación que unen a judíos israelíes y a palestinos son una característica perenne de la escena política, a pesar de la persecución. Siempre hay una parte importante de la población que busca la paz. Eso es importante y debemos trabajar en solidaridad con ellos. Su resistencia a deshumanizar al Otro es un elemento necesario para una visión humanista revolucionaria. Muchos de ellos reconocen que la paz sólo puede ser esquiva y temporal mientras persista la ocupación y mientras Israel mantenga una relación opresiva hacia los palestinos. Derrocar esas estructuras y relaciones requiere una revolución social.

Ramificaciones reaccionarias globales

Ataques como la inundación de Al-Aqsa y la arremetida que provocó deliberadamente no son un camino hacia la liberación, sino que, por el contrario, contribuyen a generar más empuje reaccionario, en primer lugar en Israel y Palestina, donde las contrapuestas fantasías de exterminio están en auge en este momento. Incluso los israelíes que simplemente señalan la humanidad de los civiles gazatís están siendo despedidos, amenazados, denunciados y, a veces, arrestados y/o agredidos. El Ministro de Comunicaciones amenazó con cerrar Al Jazeera y procesar al periódico israelí Haaretz, que apoya la guerra pero critica al gobierno. El movimiento contra el “golpe judicial” de la derecha desapareció de la noche a la mañana, al igual que la “huelga” de los reservistas del ejército que se habían negado a servir. Muchos observadores piensan que la carrera política de Netanyahu morirá tan pronto como termine la guerra, lo que le incentiva prolongarla. Eso no significa que su salida abriría abra una puerta a la izquierda. La extrema derecha está mejor posicionada para beneficiarse de ella.

Este conflicto también genera más derivaciones reaccionarias en el mundo, como las que se expresan en el enorme aumento de actos antijudíos o antipalestinos y antimusulmanes en todo el mundo, incluido el asesinato de Wadea Al-Fayoume, un niño palestino-estadounidense de seis años en un suburbio de Chicago, y el apuñalamiento de su madre. Ambos tipos de propaganda de odio han proliferado en redes sociales como X (antes Twitter) y en campañas de gobiernos como el de Hungría, mientras que las manifestaciones de solidaridad con el pueblo de Gaza son reprimidas o atacadas, a veces por la policía. La ministra del Interior del Reino Unido, Suella Braverman, exigió que se prohibiera la enorme protesta de Londres por considerarla una “marcha del odio”. En varios países europeos, las protestas de solidaridad pro-palestinas están siendo criminalizadas. Estadounidenses opuestos a la guerra de Israel contra Gaza han sido despedidos, incluidos en listas negras o denunciados públicamente. Se ha espiado, engañado, suspendido o amenazado a grupos de estudiantes. Cobardemente, la Harvard Law Review revocó repentinamente su decisión de publicar un artículo que analizaba el ataque de Israel como genocidio.

En algunas manifestaciones de apoyo a Israel se han expresado llamamientos al genocidio de los palestinos. La retórica antijudía es habitual tanto en la derecha trumpista y supremacista blanca como en la llamada “extrema izquierda”. Se ha expresado una retórica antisemita de odio en protestas pro-palestinas, como los cánticos de “gasear a los judíos” y “que se jodan los judíos” en una manifestación del 9 de octubre en Sydney, Australia. Esto sólo contribuye a la difamación generalizada de todos los críticos de Israel como antisemitas.

Las ramificaciones de la nueva guerra para la política global incluyen la disminución del apoyo a la defensa de Ucrania contra Rusia, no sólo porque Biden equiparó a Ucrania con Israel sino porque la extrema derecha está a cargo de la Cámara de Representantes. La derecha representada por el nuevo presidente de ella, el republicano Mike Johnson, es, en línea con los intereses de Putin y Trump, uno de los principales opositores a la ayuda a Ucrania desde el interior de Estados Unidos, al mismo tiempo que se ha implicado en actos pro-Israel, a pesar del antisemitismo que cunde en la extrema derecha. Incluso una criatura antisemita como John Hagee, que cree que Hitler fue enviado por Dios para expulsar a los judíos hacia Israel, fue un orador en la “Marcha por Israel” del 14 de noviembre en Washington.

Una carta de solidaridad con el pueblo palestino de la izquierda radical ucraniana es un modelo de internacionalismo desde abajo, centrado en la liberación. Al escribir “de pueblo a pueblo”, condenan los ataques contra civiles, por parte de Hamás o de Israel, y rechazan el apoyo incondicional de su gobierno a Israel[4].

La guerra amenaza constantemente con expandirse al Líbano, Yemen, Irán, hacia una guerra más extendida que podría involucrar aún más a Estados Unidos. En general, esta guerra impulsa más guerra, más represión y más autoritarismo en todo el mundo.

Tomar partido por una de esas dos fantasías contrapuestas de exterminio sólo puede conducir a la desesperación y al nihilismo, y a una continuación de la cadena de guerra y brutalidad características de este período de imperialismo capitalista: los genocidios de Bosnia y Kosovo, el genocidio de Ruanda y la “Guerra Mundial Africana”, las guerras de Estados Unidos contra Irak y Afganistán, las guerras de Rusia contra Ucrania y Chechenia, y la contrarrevolución del régimen sirio (apoyada por Rusia e Irán) contra la revolución por la libertad y la dignidad.

El mundo tiene hambre de una salida, de un nuevo comienzo. No basta con denunciar los crímenes de guerra de Israel y de Hamás o el retroceso de la izquierda. Los movimientos de solidaridad obtienen su poder de una visión sobre una nueva sociedad humana, no de una rutina de resistencia permanente. Detener una revolución a mitad de camino —o detenerse antes de llegar a la revolución— garantiza el retroceso, por lo que se convierte en una necesidad absoluta la bandera de la liberación genuina y una filosofía de la liberación. Eso no se puede dejar para más tarde, debe hacerse mientras nos involucramos en una solidaridad decidida con el pueblo palestino y mientras en Estados Unidos y los países aliados luchamos contra el apoyo brindado a Israel, a su ocupación y a su ejército.


[1]The language being used to describe Palestinians is genocidal” (The Guardian, 16/10/023), Chris McGreal, reportero que cubrió el genocidio de Ruanda.

[2] Muy notoria al respecto fue una manifestación del 8 de octubre en Nueva York convocada por el -podría decirse que estalinista- Party for Socialism and Liberation (PSL) y su tinglado fachada People’s Forum, junto con algunos grupos palestinos. “Orador tras orador elogiaron la matanza de civiles“. Eugene Puryear, del PSL, dijo a la multitud: “Había una especie de rave o fiesta en el desierto en la que se lo estaban pasando genial, hasta que llegó la resistencia en alas delta electrificadas y se llevó al menos a varias docenas de hipsters. Pero estoy seguro de que les va muy bien”. El igualmente reaccionario Workers World Party “marxista-leninista” emitió una declaración calificando el ataque de Hamás como “ejemplo heroico para los pueblos que anhelan la liberación del imperialismo en todo el mundo” y reimprimió una declaración de Hamás blanqueando el ataque y declarando: “Una invasión terrestre israelí sería el mejor escenario para resolver el conflicto contra el enemigo”. El capítulo de Nueva York de Democratic Socialists of America tuvo que disculparse por promover la manifestación, lo que es un síntoma de la voluntad de gran parte de la izquierda para apoyar acciones dominadas por grupos tan reaccionarios como el PSL y el WWP, incluso después de que se aproximaran a Putin y a otros elementos de la extrema derecha en Estados Unidos. Arielle Isack, que escribe en varias publicaciones de izquierda, incluidas The Baffler, Jewish Currents y n+1, tuiteó: “apoyar un acontecimiento de insurrección histórica mundial no es lo mismo que regocijarse por la violencia y el derramamiento de sangre que inevitablemente ocurre en tal evento”. Kevin Anderson, de la IMHO [International Marxist-Humanist Organization] publicitó el ataque del 7 de octubre como “nada menos que un punto de inflexión global” y habló de sus “dramáticos” logros militares, criticando a Hamás no por las atrocidades de su “guerra legítima” sino por sus ilusiones sobre sus posibilidades de éxito. El comité nacional de Estudiantes por la Justicia en Palestina lo calificó como “una victoria histórica para la resistencia palestina: por tierra, mar y aire”. Se desenterró una transcripción de un vídeo de 2006 en el que Judith Butler opinaba: “Entender a Hamas y Hezbollah como movimientos sociales progresistas, de izquierda, que forman parte de una izquierda global, es extremadamente importante. Eso no nos impide criticar ciertas dimensiones de ambos movimientos”. (N.T.: Puede consultarse una opinión actual de Butler más matizada aquí.) Ha habido un importante rechazo a la inhumanidad de estas posiciones por parte de varias figuras prominentes de la izquierda, como Naomi KleinRashida Tlaib y Alexandria Ocasio-Cortez.

[3] “Uprising in Israeli-Occupied Territories: Can Palestinian Struggle Become a New Revolutionary Beginning?”, Olga Domanski, enero-febrero 1988, News & LettersAquí.

[4] Readers’ Views, noviembre 2023. Aquí

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